Yo de la historia de Irlanda no sé mucho. Recuerdo que, tiempo atrás, un día que tenía que poner Joyce en contexto, me interesé y me sorprendieron sobre todo dos fechas: una, la Pascua del 1916, cuando los hombres de Michael Collins proclamaron la independencia; la otra, el 1r de abril del 1949, cuando la República de Éire se hizo efectiva definitivamente. Me preguntaba: ¿cómo es que pasaron muy bien tres décadas entre una cosa y la otra? Y no me podía imaginar que, años después, ahora mismo, nuestra propia realidad me empezaría a dar, de alguna manera, la respuesta.

No se trata de establecer paralelismos entre un proceso y el otro, que afortunadamente son muy diferentes (ellos vivieron un par de guerras entre irlandeses e ingleses, represión de los británicos con ejecuciones y todo, una guerra civil, la creación de la IRA y la división de la isla, para resumirlo sólo en cinco hechos). Pero cuando te empiezas a entretener y descubres, por ejemplo, que proclamaron la independencia al menos media docena a veces ‒el 16, el 19, el 22, el 37, el 49‒, te das cuenta que esto es cuestión de paciencia, de tenacidad y de perseverancia.

Paralelismos con otros lugares

De momento, nuestra Pascua fue este octubre: el día 1r votamos la república, el día 10 la proclamó el presidente y el 27 el parlamento. Digámoslo claro: hemos declarado la independencia y el nacimiento de la república, y esto ya lo tenemos hecho. Bien, ya sé que los cínicos habituales no se cansan de decir, cuando hablan, que aquello fue un acto virtual y se llenan la boca.

Ellos, que viven, ellos sí, en esta fantasía histórica llamada ‘unidad de España’. Ellos, que desprecian la realidad cuando contradice sus obsesiones, y mira que lo hace veces. Porque su unidad no ha sido nunca real, por más que se hayan esforzado en imponerla. Y, finalmente, de tanto cerrarse, han conseguido que sea inviable, no ya la unidad, sino simplemente España, esta España suya y sólo suya. Que se la confiten.

Ya lo tenemos hecho, dique: el octubre proclamamos la república. Y ahora, qué? Pues ahora nos vamos adentrando en un periodo, que no podemos saber si durará meses o será de años, en que convivirán dos realidades. Ahora mismo somos, a la vez, una región de España (con la autonomía suspensa, recordémoslo) y una república sin desplegar. Para los cínicos que decía, sólo la primera realidad es real; para los republicanos, lo tienen que ser las dos. Y tenemos el reto de ir consiguiendo día a día que la república deje de ser una realidad sólo proclamada y vaya aconteciendo visible y palpable hasta que se imponga a la autonomía censurada.

Las motivaciones de cada uno

Y esto pasa, de entrada, para no renunciar. Para reivindicarla. Para definirnos como ciudadanos de la república que ahora hacemos nacer. Y tiene que pasar y pasa, a la fuerza, por una serie de dualidads. Pronto tendremos, estoy casi seguro, dos presidentes, el legítimo y el provisional. Y, con ellos, tendremos también el gobierno de la república (al exilio) y el gobierno autónomo en funciones. Y, muy probablemente, convivirán el parlamento del parque de la Ciutadella y una asamblea general de cargos electos.

En paralelo, nos será aplicada la legislación española apremiada por la lectura más restrictiva de su constitución, mientras iremos desarrollando leyes inevitablemente suspensas antes de que no sean aplicadas y un proyecto de constitución propia.

El paso que hemos hecho tan decididamente los días 1r y 3 de octubre, que hemos corroborado el 21 de diciembre, que nos mantiene en la calle cada vez que hace falta que nos hacemos visibles, que tendremos que arreciar a cada nueva convocatoria electoral, nos sitúa de pleno en esta doble realidad.

Y tenemos que vivirlo sin incomodidad, porque sabemos donde vamos. Y lucharemos con las armas más potentes que tenemos: la convicción y la esperanza, porque esta superposición de realidades no se allargassi treinta años como Irlanda.

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